13.4.11

DIOS BENDIGA A HARRY. TODOS ESTAMOS CONTIGO.

La primavera estalló como una bomba atómica. Miles de dientes de león cruzaban el estado de punta a cabo sobre nuestras cabezas. El silencio de las segadoras después del trabajo y el estruendo de los grillos eran una misma cosa.
Por las noches las sábanas se pegaban a los cuerpos y los durmientes se las desenroscaban tal y como los reptiles mudan la piel. La tierra apenas tenía tiempo de liberarse del calor acumulado antes del nuevo sol. Las tablas del porche crujían como los barcos en la tempestad. Algunas luces permanecían encendidas hasta altas horas de la madrugada y las ventanas abiertas. Las mosquiteras atrapaban todo tipo de pasajeros del aire. El ganado respiraba pesadamente a las puertas del matadero.

A las primeras luces del día el joven Kurt Makenzing con la caña de pescar y el copo a las espaldas se echa a pedalear hacía el río con la intención de pasar allí toda la jornada. En un cesto sobre el manillar humean un par de empanadillas de membrillo. Apoya la bicicleta en un árbol de la orilla en el que se oculta una colmena. Enseguida merodean por decenas las abejas sobre la cesta de mimbre.
El bullicio se despereza pausadamente en la calle principal al mismo tiempo que las vidas en los interiores. Se abotonan camisas. Se apuran vasos de leche tibia. Se miran rostros al espejo de frente y de perfil después del desayuno.
Uno de ellos es el de la pequeña Elisabeth Oleson hija del carpintero Brad Scott Oleson y Wanda Tirleain. Su cara redonda y sus ojos azules le parecen tan nuevos y hermosos que en un arrebato se besa como se besan los amantes. Deja impresa en el cristal una dulce sonrisa de chocolate.
El perro del alcalde tiene una calva en el lomo cerca del cuello. Se la provocó la anciana Debora Klein con un balde de agua hirviendo para quitarle la costumbre de ir a cagarse a su jardín. Desde aquella mañana pasa la mayor parte del día holgazaneando a la sombra.
A la anciana Debora Klein le gusta levantarse temprano y ordenar sobre el orden del día anterior. Es viuda de guerra y antes que su propia cara cada mañana limpia el impoluto retrato que la observa colgado de la pared del salón. Es el rostro patriótico de su marido-soldado sonriente y perennemente joven. La anciana posee la mayor biblioteca del pueblo y aunque pasa el día entre letras apenas gasta unas palabras con nadie. Desayuna tostadas de mermelada de fresa y miel previamente untadas en manteca pura. Siempre que el panadero llama a su puerta ella le da unas monedas de propina.
El panadero se llama John Karlan y es un joven hermoso como el verano. De niño John se cayó al pozo y su padre tardó más de lo que quisiera en poder rescatarlo. Ahora el hermoso joven se olvida con facilidad de las cosas y tiende a arrastrar su píe izquierdo cuando camina tirando del caballo entre puerta y puerta. Cuando el padre de John se echó al pozo no pensaba en nada pero cuando sacó a su hijo empapado e inerte lo elevó hacia el cielo y recitando salmos esperó pacientemente a que un soplo divino lo devolviera. Desde entonces el joven Karlan cojea siempre con un trozo de papel en su bolsillo. Salmos 6:2. Ten misericordia de mí oh Jehová porque estoy enfermo. Sáname oh Jehová porque mis huesos se estremecen.
Brad Scott Oleson contempla el bies de una tabla de roble que sostiene desde su pupila izquierda hasta su índice a modo de fusil. Sopla la viruta fina de su mesa de trabajo y se cubre el pecho con un delantal de cuero. En el haz de luz que ilumina el taller como un potente sol particular flotan infinitas motas de polvo y piel. Por delante de la puerta de su carpintería atraviesa un animal herido.
El coro parroquial de la única iglesia del pueblo comienza a ensayar para la fiesta de Harry. La voz principal es una joven rubia y obesa cuya transpiración en visible al poco de comenzar. La joven lo probó todo si éxito y en sus momentos de debilidad sueña con fugarse para siempre del condado. Luego se entristece todavía más segura de que nadie la echaría en falta. Daniele Ruito dirige el coro desde hace más de 20 años. En todo ese tiempo no había tenido un voz tan prodigiosa y dócil como la de la joven obesa. En ocasiones con la excusa de mejorar pide repetir alguna pieza para poder gozar de la modulación y el timbre de su voz en alguna estrofa determinada. Es un placer privado que le hace sentirse más poderoso que afortunado. El director de coro está secretamente enamorado de su primera voz y en sus momentos de debilidad sueña con decírselo. Luego se entristece profundamente al comprobar que jamás tendrá el valor necesario.

Cuando el bullicio es ya la música de fondo del día abierto en canal. El ruido del eje gravitacional del pueblo girando sobre sí mismo. Mientras los pasos de las gentes convergen o divergen ruda o delicadamente por las esquinas los rincones los pasillos y las avenidas Harry todavía no se siente especial. Hoy es su último día de permiso y el pueblo prepara en su honor un baile. Todos se sienten orgullosos de que un joven de la localidad los represente en el frente. Y felices.
Harry es desgarbado y se inclina ligeramente hacia delante. Camina con los pies hacia fuera como si quisiera dividirse por la mitad. Fue un buen alumno y es un buen hijo. Ahora está prometido con la hija menor de la farmacéutica. Todos creen que es un buen soldado menos él. El teme morir de un disparo certero caer sobre el barro sucio y ser un cadáver más devorado por las ratas. Cuando pasa por delante de la oficina de correos un hombre bajito de barba espesa lo saluda con la mano en la frente y se cuadra ante él militarmente. Un par de horas más tarde ese mismo hombre dará los últimos retoques al palco donde por la noche la orquesta agasajará a Harry con sus baladas. Después de saludar a Harry el barbudo se irá a comer a la fonda el menú del día mientras un viento calido levanta el polvo amarillo de la plaza mayor. Bajo la nube de polvo el pueblo desaparece por unas horas de la geografía. Las gentes se recogen a comer a salvo de la arena y el calor. Los hombres no tienen prisa por volver al trabajo y alargan la sobremesa. Las mujeres se afanan preparando sus mejores galas. La arena se ira por los desagües como una culebra húmeda cuando las sombras de los edificios se acuesten sobre las calles.

Harry sentado en el porche trasero escucha afinar a un trompetista. Hay un ruido de chismes y de voces y de gente rozándose. El aire se desplaza por los pastos empujado por el ganado que lucha desesperadamente contra los mosquitos. Los girasoles se miran los pies lánguidamente mientras una suave brisa casi imperceptible o quizá el ruido del mundo los mece como a un mar amarillo. Por encima de las cabezas comienza lentamente a caer la noche. La noche es como el mar. Profunda y con orillas.

En el ojo del remolino de danzantes Harry y Elsa agarrados giran sobre sí mismos desprendiendo olor a campo almidón y pulcritud. A su lado una pareja de ancianos. A su lado un trenecito de niños. Harry y Elsa son el centro en torno al cual orbita la masa informe de danzantes. Las mujeres recogen del suelo las faldas de sus vestidos con gesto elegante. Los hombres corrompidos por el campo entierran torpemente sus zapatos en la música. Algunos insectos se posan sobre las bombillas y las guirnaldas. Luz tenue sobre los hombres y sobre las mujeres que bailan y ríen como un tul apenas perceptible y que cae abatida al suelo caliente y oscura. Algunos insectos se posan en los pensamientos de Harry. Sus vecinos escuchan el aletear de esos pensamientos que tratan de huir de la tela de araña. El pueblo se atornilla cada quien sobre cada cual. Lentamente se desgrana la noche como una espiga madura. Cesa la música al final del protocolo. El silencio profundo se convierte en un ruido. Los grillos le cantan al universo la canción de la tierra. El reglón final del párrafo.

Por la mañana Harry sentado solo en la última fila observa los restos del baile que se lleva el viento. El polvo oculta los neumáticos y la matricula del autobús que emprende la marcha. Sobre la plaza todavía cuelga un gran cartel artesanal. DIOS BENDIGA A HARRY. TODOS ESTAMOS CONTIGO.


Dedicado a Sherwood Anderson por Winnesburg, Ohio.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando lo leí la primera vez, sentí primero las ansias, como siempre. Luego el secreto placer de las cosas buenas, lo bueno es que hoy sentí lo mismo, se agradece! :)

A. Doinel dijo...

Es usted un fenómeno, Amigo.

Beto Couso dijo...

joder, que alegria me acabo de llevar, recordando recordando a tu blog volví, ahora solo toca leer los años que me desconecte de el. Besos desde Vigo

Bandini dijo...

coño qué alegría¡¡¡, cómo te va?

Beto Couso dijo...

pues salí de polonia (sin el bigote de carod) y me fuí a portugal (estos vigueses estan locos, como conducen!!!) y entre medias procree sin que el gobierno me penalizase. una niña llamada Éire entretiene mis horas y por las noches ya no me visto de mujer. y a ti como te va???

Bandini dijo...

me va bien, cada año cumplo un año menos. la familia bien, el trabajo lo conservo que no es poco.

salud y república, y cuida de la familia.

X dijo...

Marabilloso!
Saúdos.